22 oct 2012 | Por: Nacho

Sentidos

Desde pequeños, se nos ha dicho, como sentenció en su día Aristóteles, que existen cinco sentidos del hombre: visión, audición, sabor, olor y tacto. Permitidme hoy echar por tierra semejante afirmación con una pequeña entrada sobre los 'sextos sentidos':

Como decía, son cinco los sentidos sensoriales tradicionales, independientemente de los individuos que presenten discapacidades sensoriales (ceguera, sordera, ageusia, anosmia...) o de que puedan presentarse en mayor o menor intensidad (esto es más evidente al comparar los sentidos animales con los humanos), llegando incluso a combinarse entre sí (sinestesia). La vista, cuyo órgano son los ojos, es la capacidad para detectar e interpretar las ondas electromagnéticas del espectro de luz visible. Sabido esto, parece evidente la existencia de dos subsentidos derivados de la vista: la percepción cromática o fotorrecepción (capacidad para distinguir colores según la longitud de las mencionadas ondas) y la percepción lumínica (capacidad para distinguir el brillo del color o la intensidad de la luz), que permiten respectivamente las visiones fotópica y escotópica mediante los conos y bastones situados en el interior del ojo. También se ha discutido la inclusión de la percepción de la profundidad como un tercer subsentido, pero realmente se trata de una "función postsensorial cognitiva derivada de tener visión".

El segundo sentido es el oído o la capacidad mecánica, oídos mediante, de percibir vibraciones del entorno y traducirlas en forma de sonidos, si bien cuando la frecuencia de dichas vibraciones excede del espectro audible se convierte en competencia del tacto. Con este sentido se relaciona la equilibriocepción o sentido del equilibrio, que permite la detección de tres ejes dimensionales del espacio: arriba-abajo (altura), izquierda-derecha (anchura) y adelante-atrás (profundidad o fondo). A su vez, un subsentido de la anterior bien podría ser la percepción gravitatoria o gravidez. También se relaciona con ella la ecolocalización o capacidad para orientarse y localizar obstáculos emitiendo sonidos y recibiendo e interpretando el eco, como hacen los murciélagos y algunos cetáceos.

La lengua y el paladar permiten la existencia de un sentido químico –complementado por el olfato– denominado gusto que es capaz de discernir al menos cuatro sabores (subsentidos): dulce, salado, amargo y ácido (aunque los receptores del primero y el tercero aún no se han identificado a día de hoy, por lo que la imagen que acompaño no goza de total aceptación científica). Debe descartarse del ámbito del gusto la percepción de la pungencia o picor (el mal llamado sabor picante), puesto que en realidad supone una estimulación de los receptores del dolor y, por tanto, atañe al sentido del tacto. No así sucede con el quinto sabor descubierto en Oriente hace dos siglos: el umami (en japonés, sabroso). Sin entrar en diatribas científicas, sabed que este sabor, que ya se reconoce en todo el mundo como básico, nace de la percepción de un aminoácido principalmente presente en carnes y condimentos artificiales, por lo que es descrito como un agradable y prolongado sabor cárnico.

El otro sentido químico es conocido como olfato o, en el ámbito académico, olfacción. Se fundamenta en cientos de receptores ubicados en la nariz capaces de detectar, a diferencia del gusto, miles de olores diferentes (en el caso del ser humano, más de diez mil) cuando las partículas aromáticas u odoríferas de los cuerpos volátiles los estimulan.

Finalmente, el sentido del tacto o mecanorrecepción usa principalmente la piel para percibir cualidades de los objetos y el entorno como la presión, dureza, textura, etc. No obstante, también permite percibir la temperatura (termocepción), el dolor (nocicepción), el estado de los órganos (interocepción) y la posición relativa de los músculos (propiocepción). Este último subsentido se relaciona de algún modo con todos los anteriores, pero especialmente con la equilibriocepción, la nocicepción y la interocepción (que, en realidad, es más bien un subsentido de la anterior). También mantiene un vínculo significativo con la cenestesia (percepción vaga y general del estado y existencia del propio cuerpo) y el sentido de alerta al peligro (lo que me gustaría llamar sentido arácnido), mecanismo de patente existencia que encuentra su máxima expresión en el instinto de supervivencia de los animales y que, a su vez, tiene relación con el sentido universal (capacidad de los perros y otros animales para detectar la energía de otros seres vivos), la magnetorrecepción y la electrorrecepción (capacidad de algunos animales –y humanos– para detectar campos electromagnéticos). Esta última resulta especialmente interesante, porque no sólo se presenta de forma activa, sino también pasivamente al detectar los campos eléctricos generados por otros animales. Además, comparte un subsentido con la equilibriocepción que funciona de modo parecido a la ecolocalización: la electrolocalización.

Para finalizar, quisiera dirigir un pensamiento hacia los sentidos no sensoriales, como la cronocepción (percepción del tiempo) o la empatía (percepción de las emociones) –alguno incluiría también la hasta ahora bastante indefinida sexocepción–, esencialmente basados en la experiencia subjetiva del individuo –su órgano correspondiente sería, pues, la mente (a pesar de su inexistencia física), lo que refuerza la noción del cerebro como órgano sensorial único y definitivo–. Alejándose del concepto de sentido como tal, podrían añadirse asimismo la intuición e incluso el sentido común y algunos otros supuestos sentidos –ahora sí: el sexto sentido original– que directamente han quedado relegados al campo de la parapsicología, como podrían ser la clarividencia y la telepatía.


FUENTE: WIKIPEDIA

FUENTE COMPLEMENTARIA: TARINGA!