21 ene 2013 | Por: Nacho

Traer por la calle de la amargura

Ésta es una expresión idiomática aún bastante oída –al menos en mi entorno– cuyo origen se ha querido relacionar con el paso de los penitentes en Semana Santa en recuerdo del via crucis o 'vía dolorosa' de Cristo hacia la cruz. Por ello, es posible encontrar calles de la Amargura en numerosas ciudades hispanas, Madrid incluido; sin embargo, por aquí la historia varía, y es de esas versiones castizas del nombre de las que quiero hablaros hoy:

Aunque en la actualidad esta calle se localiza cerca del Paseo de Extremadura, originalmente era una de las nueve calles que desembocan en la Plaza Mayor (en concreto, la calle 7 de Julio, así llamada en recuerdo de los héroes constitucionalistas que se enfrentaron en 1822 a las tropas absolutistas del rey Fernando VII). Así, hasta mediados del siglo XIX, la calle de la Amargura era conocida con tal nombre debido a que suponía el paso de los condenados a muerte desde la cárcel –en la Plaza de la Villa– a la Plaza Mayor, donde eran ajusticiados, si bien también se ha relacionado con la amarga despedida familiar de los combatientes contra los ejércitos árabes en tiempos de Alfonso XI.

Una última teoría hace referencia al estado primigenio de la Plaza, anteriormente ocupada por la laguna de Luján (no es el único caso similar en Madrid; basta citar como ejemplo el centro comercial de La Vaguada, que solía ser una auténtica ciénaga antes de construirse), donde al parecer solían crecer abundantes hierbas de sabor amargo.


FUENTE: SECRETOS DE MADRID

FUENTES COMPLEMENTARIAS: VESTIGIOS DE MADRID, 1DE3.ES
30 nov 2012 | Por: Nacho

Alfabeto

Hace ya casi un año os expliqué el proceso de formación de la letra eñe. No obstante, no quisiera que pensarais que se trata de una maravillosa excepción de la que enorgullecernos, pues todas las letras de todos los alfabetos, en cuanto símbolos, tienen su pequeña historia. Así, al igual que el símbolo √ –indicante de radicales– procede de la deformación de una erre y el símbolo & combina las letras ET (en latín, la conjunción y), cada una de nuestras letras se formaron a partir de algún otro referente de la realidad, en concreto:

A: El fonograma egipcio para la primera letra del alfabeto latino (y muchos otros indoeuropeos) representaba un águila, imagen que se simplificó en la escritura hierática de modo que parecía la cabeza de un buey (se aprecia mejor si se invierte el carácter: ∀), por lo que llegó con esta forma a los fenicios (en su idioma, como en hebreo, el nombre de la letra a –alef significa buey), quienes volvieron a simplificar el carácter girándolo casi noventa grados, progresión que se mantuvo hasta el alfa griega, que llegó casi sin modificaciones al latín.

 

B: En escritura jeroglífica, esta letra se asemejaba a la planta de una casa (byt en protosinaítico y beth en fenicio), deformándose su grafía con el tiempo hasta formar, a partir del etrusco, la beta griega, nuevamente muy similar a la be latina. Es de esta palabra, junto con la anterior, de donde viene la palabra alfabeto (igual que sucede en español con abecedario).


C/G: Aunque no lo creáis, ambas letras poseen un mismo origen, dado que sus respectivos sonidos eran indistintamente representados con la ce etrusca, más o menos simétrica a la actual. Estas letras, pues, encuentran su raíz en la gml protosemítica, con el significado de camello, por lo que las posteriores gimel fenicia y gamma griega trataron de simular de algún modo la joroba de este animal. Más tarde, en el siglo III a. C., se agregó un pequeño rasgo a la C para generar una nueva letra: la G.


D: El pictograma original pretendía ser una puerta, pasando con tal sentido a las lenguas protosemítica y fenicia (daleth). Cada vez más deformado, el símbolo acabó transformándose en la delta griega, cuyas formas mayúscula y minúscula inspiraron las actuales grafías.


E: El sonido de esta letra evoca la respiración humana, por lo que antiguamente era un símbolo del alma humana, representado en la figura de un hombre alzando los brazos al cielo. Este glifo fue esquematizado y más tarde alterado por los fenicios, empezando a parecerse a la epsilon griega, que es la que llegó al latín.


F/U/V/W/Y: A pesar de su parecido actual con la anterior letra, la grafía de la efe simboliza una maza que se fue abriendo con la waw (garfio) fenicia hasta culminar, grafía etrusca mediante, con la digamma griega, hermana mayor de la efe latina. Sorprendentemente, la misma waw evolucionó desde un fonograma totalmente distinto, volviendo a divergir para formar las letras u y uve (ya sabemos que ambas eran la misma letra en latín), así como la uve doble (huelgan explicaciones) y la i griega (ipsilon) o ye, originalmente pronunciada como una i corta.


H: La eta griega, que es básicamente la actual hache, supone una variante de la het fenicia, a su vez simplificación de un pictograma egipcio en forma de terreno cultivable o valla.


I/J: La i latina deriva de la protosinaítica iod (brazo con mano), que pasó muy simplificada al griego renombrada como iota, añadiéndosele durante el Renacimiento el punto de la forma minúscula para no confundir en escritura gótica «iu» con «ui» e «in» con «m». La jota o i holandesa es sólo una variante caligráfica de la anterior (de hecho, su nombre deriva de la letra griega), como demuestra que también se añadiera el punto a su minúscula.


K: En egipcio antiguo, esta letra se representaba mediante una mano (en fenicio, kaf), alterándose con el tiempo hasta llegar al etrusco como símbolo reflejo de la kappa griega, que básicamente correspondería con la ka actual.


L: Aunque originalmente estaría representada por un tigre (labo), acabó transformada en un cayado (ut) que fue modificado y girado en cada alfabeto. De ese modo, la lamed fenicia dio lugar, a través del etrusco, a la lambda arcaica griega. No obstante, la ele latina es más parecida a la forma etrusca que a esta última.


M/N: Sendas letras proceden del fonograma egipcio –pronunciado como ene– que representaba mediante una sucesión de ondas el agua. Sin embargo, tuvieron evoluciones distintas, conservándose la eme como evocación del mar desde la mym protocananea hasta la mi griega y transformándose la ene, primero, en una serpiente (dy), simplificada posteriormente en la nûn semítica, que, pasando por el fenicio y el etrusco, daría lugar a la ni griega.


O: Con una grafía que recuerda a su pronunciación, se trata de la simplificación de un ojo (ir en egipcio y oyn en fenicio), siendo la omicron griega la letra que usamos en la actualidad.


P: Inexistente en el egipcio, halla su origen directamente en la letra protosinaítica peh (boca), siendo un intento de representación de dicho referente, posteriormente simplificado en la letra pi, si bien la pe latina guarda mayor semejanza con las formas fenicia y etrusca.


Q: Aunque hay quienes buscan su origen en el antiguo signo nahas (gran serpiente), probablemente entronque con la qof protosemítica, con el significado de mono (de ahí el 'rabito', presente también en la kappa griega).


R: En fenicio, resh o ros significaba cabeza (en español, es un tipo de gorro, pero ambos términos no guardan semejanza etimológica a pesar de esta relación semántica), ya que este fonograma representaba una cabeza en lenguaje protosemítico. No obstante, este símbolo evolucionó hasta convertirse en una perfecta pe (basta observar la ro griega), a pesar de que luego se deformase para conformar la letra erre que conocemos en la actualidad.


S: También directamente relacionada con el protocananeo, solía tener la forma de una uve doble con curvas, ya que pretendía asemejarse al contorno de un diente (shin). Girada noventa grados en el etrusco, dio lugar a la sigma griega y, posteriormente, a la ese latina.


T: Tomando como referente la forma original egipcia (un aspa), recibió en hebreo el nombre de tau, que engloba los conceptos de marca, signo, aspa, cruz y similares, por lo que simplemente se giró para darle una forma de cruz que se deformó en el etrusco, pasando al griego aún con la denominación semítica.


X: Curiosamente sin relación con la anterior, originalmente no consistía en un aspa, sino en un pilar, dyed (egipcio) o samekh (protosinaítico). Sucesivamente simplificada de alfabeto en alfabeto, recibió su forma actual en el griego tardío desde la letra ji.


Z: En arameo, zai puede traducirse como puñal, significado que pasó al protosemítico (zyn) y después al fenicio (zayin), heredando su grafía evolucionada el griego en su letra dseda, virtualmente exacta a la zeta actual. La virgulilla de la cedilla (Ç), por cierto, no es sino una zeta imbricada en la ce.




El hecho de que en esta entrada sólo señale el origen de las letras mayúsculas es porque las minúsculas no son más que variaciones de éstas para facilitar la escritura ligada.

¡Gracias, Miguel!


FUENTE E IMÁGENES (MODIFICADAS): WIKIPEDIA

FUENTE COMPLEMENTARIA: ETIMOLOGIAS.DECHILE.NET
11 nov 2012 | Por: Nacho

Sal+le

Como apreciaréis, el título de la entrada corresponde con la que todos los blogs han dado en llamar "la palabra que no se puede escribir [en español]", en honor al post donde por primera vez se detectó el que posiblemente sea, según dicen, el único bug (fallo de sistema) de la ortografía española:

Hace un mes, como digo, en el blog enlazado (que ya se atribuye orgullamente el descubrimiento, aunque el fenómeno era conocido con anterioridad) se publicó una entrada que recogía una consulta a Fundéu sobre cómo escribir el imperativo singular de salir más el pronombre enclítico le (salirle) en expresiones como "salirle al paso" o "salirle con una excusa". Efectivamente, no existe problema alguno para los pronombres personales plurales (salidle), vos (salile) o usted (sálgale), pero en el caso de se plantea la cuestión de cómo escribir algo perfectamente expresable oralmente (en latín o catalán, por ejemplo, numerosas palabras se pronuncian con doble ele y no con elle), dado que el imperativo singular sal más el pronombre átono le daría como resultado natural salle.

Como he podido leer en las respuestas al post en cuestión, "la forma regular del imperativo de los verbos que terminan en –lir suele ser –le", como en pulir-pule-púlele (aunque antiguamente el imperativo de valer era val), por lo que seguramente la opción más cómoda y sencilla sería añadir una vocal de enlace (epentética o eufónica) a modo de infijo (sálele), lo cual es absolutamente compatible con las normas y tradición del idioma español; es más, en Latinoamérica no es poco habitual ver expresado el imperativo singular del verbo como sale (de hecho, el imperativo de sobresalir es sobresale), lo que confirma esta salida. A pesar de que pueda argumentarse que esta solución coincide con cierto imperativo del verbo salar, la homofonía también está a la orden del día en nuestro idioma, como sucede con la forma verbal ve, que puede proceder de ir o ver, o , que puede derivar de ser o saber, por poner un par de ejemplos.

No obstante, no han faltado las propuestas para solucionar este defecto. Los catalanes, por ejemplo, consideran natural la grafía con ele geminada (sal·le), tan propia de su lengua pero inexistente en el castellano, mientras que a los gallegos no les resulta discordante introducir un guion intermedio (sal-le), como ellos mismos hacen en ocasiones en su idioma. Otros salen al encuentro del asunto con formas del todo inusitadas: saĺle, sal'le, sadle, saile, sarle, sahle... También hay quienes abogan por esquivar el problema, ya sea dando un rodeo o separando el enclítico (sal le), u opciones tan sencillas como simplificar la doble ele (sale) o eliminar el pronombre (sal), todo lo cual no sabría decir si termina de estar justificado. Incluso hay quienes optan por atacar el problema directamente de raíz y sustituir todas las elles del español por yes, lo que tampoco parece una solución ni fácil ni coherente. Por supuesto, tampoco faltan quienes defienden admitir la excepción y no por desinterés (que también los hay y son la mayoría, claro está), sino justificándose en el uso de la doble ele que aún se hacía en el castellano antiguo, como en cogello (ahora, cogedlo).

Por supuesto, los más freaks del campo se han puesto a elucubrar de inmediato y han puesto de manifiesto muchos otros supuestos errores presentes en nuestro idioma, como la imposibilidad de expresar por escrito una hipotética ere inicial o las distintas pronunciaciones de diptongos hiatados (el caso ya tratado en la última Ortografía de guion, truhan y similares) y palabras compuestas con erre (hiperrealismo, subrepticio, abrogar...). La diatriba más interesante la he encontrado de mano de Diego Seguí, quien trata en su blog de estos temas relacionando el asunto que nos ocupa con la simplificación de la ele geminada en malograr (mal + lograr), a pesar de lo cual se queda con la grafía salle por motivos de pronunciación y contexto y apunta otro caso realmente peculiar derivado de la expresión mal llevado (maleducado): ¿mallevado o malllevado? Igualmente, me ha llamado la atención otro bloguero que puntualizaba otro posible bug: «Llevaba una vaca en la baca del coche y se me cayeron las dos [v/b]acas». En este último caso, resulta evidente que se está forzando injustificamente una sola grafía para dos palabras totalmente distintas, pero ¿quién no caería en la tentación en lenguaje hablado?



FUENTE COMPLEMENTARIA: SP DEBUGGERS
22 oct 2012 | Por: Nacho

Sentidos

Desde pequeños, se nos ha dicho, como sentenció en su día Aristóteles, que existen cinco sentidos del hombre: visión, audición, sabor, olor y tacto. Permitidme hoy echar por tierra semejante afirmación con una pequeña entrada sobre los 'sextos sentidos':

Como decía, son cinco los sentidos sensoriales tradicionales, independientemente de los individuos que presenten discapacidades sensoriales (ceguera, sordera, ageusia, anosmia...) o de que puedan presentarse en mayor o menor intensidad (esto es más evidente al comparar los sentidos animales con los humanos), llegando incluso a combinarse entre sí (sinestesia). La vista, cuyo órgano son los ojos, es la capacidad para detectar e interpretar las ondas electromagnéticas del espectro de luz visible. Sabido esto, parece evidente la existencia de dos subsentidos derivados de la vista: la percepción cromática o fotorrecepción (capacidad para distinguir colores según la longitud de las mencionadas ondas) y la percepción lumínica (capacidad para distinguir el brillo del color o la intensidad de la luz), que permiten respectivamente las visiones fotópica y escotópica mediante los conos y bastones situados en el interior del ojo. También se ha discutido la inclusión de la percepción de la profundidad como un tercer subsentido, pero realmente se trata de una "función postsensorial cognitiva derivada de tener visión".

El segundo sentido es el oído o la capacidad mecánica, oídos mediante, de percibir vibraciones del entorno y traducirlas en forma de sonidos, si bien cuando la frecuencia de dichas vibraciones excede del espectro audible se convierte en competencia del tacto. Con este sentido se relaciona la equilibriocepción o sentido del equilibrio, que permite la detección de tres ejes dimensionales del espacio: arriba-abajo (altura), izquierda-derecha (anchura) y adelante-atrás (profundidad o fondo). A su vez, un subsentido de la anterior bien podría ser la percepción gravitatoria o gravidez. También se relaciona con ella la ecolocalización o capacidad para orientarse y localizar obstáculos emitiendo sonidos y recibiendo e interpretando el eco, como hacen los murciélagos y algunos cetáceos.

La lengua y el paladar permiten la existencia de un sentido químico –complementado por el olfato– denominado gusto que es capaz de discernir al menos cuatro sabores (subsentidos): dulce, salado, amargo y ácido (aunque los receptores del primero y el tercero aún no se han identificado a día de hoy, por lo que la imagen que acompaño no goza de total aceptación científica). Debe descartarse del ámbito del gusto la percepción de la pungencia o picor (el mal llamado sabor picante), puesto que en realidad supone una estimulación de los receptores del dolor y, por tanto, atañe al sentido del tacto. No así sucede con el quinto sabor descubierto en Oriente hace dos siglos: el umami (en japonés, sabroso). Sin entrar en diatribas científicas, sabed que este sabor, que ya se reconoce en todo el mundo como básico, nace de la percepción de un aminoácido principalmente presente en carnes y condimentos artificiales, por lo que es descrito como un agradable y prolongado sabor cárnico.

El otro sentido químico es conocido como olfato o, en el ámbito académico, olfacción. Se fundamenta en cientos de receptores ubicados en la nariz capaces de detectar, a diferencia del gusto, miles de olores diferentes (en el caso del ser humano, más de diez mil) cuando las partículas aromáticas u odoríferas de los cuerpos volátiles los estimulan.

Finalmente, el sentido del tacto o mecanorrecepción usa principalmente la piel para percibir cualidades de los objetos y el entorno como la presión, dureza, textura, etc. No obstante, también permite percibir la temperatura (termocepción), el dolor (nocicepción), el estado de los órganos (interocepción) y la posición relativa de los músculos (propiocepción). Este último subsentido se relaciona de algún modo con todos los anteriores, pero especialmente con la equilibriocepción, la nocicepción y la interocepción (que, en realidad, es más bien un subsentido de la anterior). También mantiene un vínculo significativo con la cenestesia (percepción vaga y general del estado y existencia del propio cuerpo) y el sentido de alerta al peligro (lo que me gustaría llamar sentido arácnido), mecanismo de patente existencia que encuentra su máxima expresión en el instinto de supervivencia de los animales y que, a su vez, tiene relación con el sentido universal (capacidad de los perros y otros animales para detectar la energía de otros seres vivos), la magnetorrecepción y la electrorrecepción (capacidad de algunos animales –y humanos– para detectar campos electromagnéticos). Esta última resulta especialmente interesante, porque no sólo se presenta de forma activa, sino también pasivamente al detectar los campos eléctricos generados por otros animales. Además, comparte un subsentido con la equilibriocepción que funciona de modo parecido a la ecolocalización: la electrolocalización.

Para finalizar, quisiera dirigir un pensamiento hacia los sentidos no sensoriales, como la cronocepción (percepción del tiempo) o la empatía (percepción de las emociones) –alguno incluiría también la hasta ahora bastante indefinida sexocepción–, esencialmente basados en la experiencia subjetiva del individuo –su órgano correspondiente sería, pues, la mente (a pesar de su inexistencia física), lo que refuerza la noción del cerebro como órgano sensorial único y definitivo–. Alejándose del concepto de sentido como tal, podrían añadirse asimismo la intuición e incluso el sentido común y algunos otros supuestos sentidos –ahora sí: el sexto sentido original– que directamente han quedado relegados al campo de la parapsicología, como podrían ser la clarividencia y la telepatía.


FUENTE: WIKIPEDIA

FUENTE COMPLEMENTARIA: TARINGA!
27 ago 2012 | Por: Nacho

...ni qué niño muerto!

Meses atrás, un amigo se preguntaba por Twitter de dónde procedería la expresión que da nombre a esta entrada e hice una breve investigación que nunca llegué a publicar por pereza. Esta entrada, pues, es el resultado de una nueva indagación en busca de la respuesta:

De hecho, no ha sido hasta que he rebuscado por Internet cuando me he dado cuenta de que en el español poseemos muchas locuciones sinónimas construidas con la estructura "¡Qué _________ ni qué _________!". No son pocas las veces que he oído expresiones como "ni qué hostias" (esa hostia omnipresente en el lexicón castellano de los insultos), "ni qué narices", "ni qué carajo" o simplemente "ni qué nada", pero ¿por qué algo tan macabro como un niño muerto?

Una explicación popular lo atribuye a los convecinos de un madrileño que siempre decía ver en el Palacio de Linares a un niño muerto pidiendo agua, lo que supuestamente les hacía exclamar "¡Qué agua ni qué niño muerto!". Aún más folclórica es la teoría que defiende que cierta actriz famosa se embarulló sobre el escenario en plena improvisación hablando sobre sus amantes y sus hijos nacidos muertos, lo que llevó a su compañero a salvarla de semejante diatriba con un "¡Qué amante ni qué niño muerto! ¡Tu hijo se llama Faustino y aparece en la próxima escena!". Finalmente, una tercera explicación más verosímil y acorde al DRAE que no sólo contempla al niño muerto, sino también al niño envuelto (ya sea por asociación semántica o fonética)– remite a antiguas disputas a propósito de incluir o no en los censos a los niños fallecidos antes de ser bautizados (recordemos que los antecedentes del registro civil español fueron censos de naturaleza religiosa).

Además de las anteriores, en Latinoamérica se usan en el mismo sentido las expresiones "ni qué chingada", "ni qué la mano del muerto", "ni qué las arañas" y otra también conocida por los españoles e incluso, en cierta medida, por los franceses (aunque, al parecer, no por el DRAE): "ni qué ocho cuartos". Como ocurría con el ocho chulesco, una de las explicaciones se fundamenta en la matemática del número: igual que es imposible coger ocho cuartos de un entero, lo que la otra persona dice ha de ser una falacia o una ridiculez; asimismo, ocho cuartos no es más que otra forma de expresar dos enteros, lo cual podría interpretarse, en línea con lo anterior, como una parodia que busca invalidar algo excesivamente complejo o increíble afirmado por otra persona. También se ha especulado que podría provenir de la unidad de medida conocida como cuarto o cuartillo, dado que obtener ocho cuartos a cambio de un entero (ya fuera un real o un celemín) era prácticamente imposible, pues nadie era tan tonto como para que le sacasen los cuartos de semejante modo.


De igual modo, alguien podía tener sólo dos/cuatro cuartos (esto es, poco dinero) o directamente ni un cuarto (ni un duro/chavo, que se dice aún), pero afirmar tener ocho cuartos sólo podía ser signo de estupidez y fanfarronería. Arturo Ortega añade que en España el presuntamente llamado realillo de a ocho cuartos equivalía precisamente a ocho cuartos de peseta (según tengo entendido, al igual que en el caso del tarín, en realidad serían ocho cuartos y medio, pero también he visto escrita la expresión "ni qué ocho cuartos y medio", así que otorgaré el beneficio de la duda) y era el precio de numerosos artículos de primera necesidad, por lo que la subida de éstos pudo ocasionar que cualquiera exclamara indignado "¡Qué pan ni qué ocho cuartos!". Por una mera cuestión temporal, menos probable es, como defiende la escritora chilena Isabel Lipthay, que la expresión date de la dictadura de Augusto Pinochet, quien supuestamente trató de acallar los rumores de torturas mediante el soborno con esposas nobles y lujosas mansiones de ocho habitaciones, a lo que un valiente respondió "¡Qué dama blanca ni qué ocho cuartos!", lo cual plantea la ventaja de encajar con la menos oída pero existente variedad "ni en (qué) ocho cuartos".

Una última expresión que ha llamado mi atención son las famosas pollas en vinagre, que también se escucha habitualmente dentro de la estructura repetida en toda esta entrada. Atendiendo a la connotación sexual de la expresión, según unos podría hacer referencia a una práctica habitual entre los puteros (con perdón) barceloneses ante las exigencias de higiene de las prostitutas; según otros, recordaría a un acto de conservación llevado a cabo por Lorena Bobbitt, conocida por rebanar el pene de su marido maltratador mientras dormía tras cuatro años de matrimonio. Por otro lado, en el mundo gastronómico tal nombre reciben tanto las gallinetas en escabeche como las sardinas con guindilla; además, en la Antigua Roma se llamaba pullas a los brotes frescos (sobre todo, de espárragos), que también se conservaban en vino acre (de aquí la palabra vinagre). Todo ello sin mencionar la delicatessen de la imagen, disfrutable sólo en el bar madrileño La D'Chamberí.


FUENTES: WORDREFERENCE (FORO), LA INFORMACION.COM

FUENTES COMPLEMENTARIAS: CÁPSULAS DE LENGUA, TOMÍSIMO, YAHOO! ANSWERS (MX)
2 ago 2012 | Por: Nacho

Expresiones de engaño

Hace algún tiempo, escribí una entrada sobre expresiones de sospecha y, antes de ésa, otra sobre expresiones para gente molesta. Por tanto, para completar la trilogía, considero necesario hablaros hoy sobre la fase intermedia entre la sospecha y la ira que nos lleva a mandar a alguien a hacer gárgaras: el descubrimiento del engaño.

Dar gato por liebre: Recuerda la mala fama de las antiguas tabernas y hospederías de mala muerte, donde no era poco habitual pagar por un servicio pésimo, hasta el punto de que uno pensaba estar tomando un plato a base de liebre cuando en realidad se estaba comiendo un gato callejero.

Darla con queso: De vuelta a las tabernas manchegas medievales, para dar salida a las partidas de vino picado o de mala calidad, los bodegueros solían aprovechar la costumbre de ofrecer antes de la cata una tapa de queso para obsequiar a los compradores novatos o poco experimentados con algo de queso manchego en aceite, puesto que su fuerte sabor impedía distinguir un buen caldo de uno de baja estofa (lo cual me recuerda a otra costumbre antigua: la de usar cera para arreglar las imperfecciones de las esculturas, de modo que las verdaderamente admirables eran las sinceras).

Dar el pego: Otro truquillo logrado gracias a la magia de la cera era el que realizaban algunos tahúres expertos, quienes introducían pequeños trozos bajo sus uñas que iban soltando habilidosamente a lo largo de la partida, de modo que impregnasen las cartas marcadas y así pudieran arrastrarlas fácilmente.

Pasar por un 4×4: Esta expresión, muy poco habitual en España, se usa sobre todo en Latinoamérica en el mismo sentido que la anterior. Su origen también es de fácil explicación: aunque cualquiera pensaría que un 4×4 siempre tiene capacidades todoterreno, lo cierto es que para ello es necesario pagar un pack adicional de complementos.



FUENTE COMPLEMENTARIA: WORDREFERENCE (FORO)

Brindis

Como todos sabéis, la acción de brindar supone que los participantes de una celebración entrechoquen sus copas y beban de ellas a la salud de alguien o para manifestar buenos deseos en general. El término procede del alemán Bring dir'sYo te lo ofrezco»), frase que pronunciaron los lansquenetes –mercenarios alemanes al servicio de los Austrias– en honor al emperador tras una victoria en Italia. Sin embargo, es probable que la tradición date de mucho antes:

De hecho, en la Antigua Roma se adquirió esta costumbre para garantizar que el anfitrión no envenenara a sus invitados: si las copas se chocaban con suficiente fuerza, el líquido de ambas se derramaba en la otra, asegurando un chinchín más seguro para los comensales. Evidentemente, esta actividad guarda un remanente de las libaciones rituales, en las que se intercambiaba el líquido derramado (ofrecido) por un deseo. También se dice que este hábito suponía la inclusión de todos los sentidos en la libación, puesto que la bebida era vista, olida, degustada y paladeada, pero no oída.

Normalmente, el anfitrión –en su día, el maestro de ceremonias– o alguno de los invitados pronuncian un discurso para a continuación brindar con algún tipo de bebida alcohólica, si bien es cierto que existen ocasiones solemnes en las que este discurso no llega a realizarse (como en el Memory Inmortal, realizado el Día de Trafalgar en la cena de la Marina Real Británica, a bordo del HMS Victory, en memoria del almirante Nelson). En algunos países, como Hungría, está mal visto brindar con cerveza, puesto que eso hicieron los austriacos tras aplastar una revuelta húngara en el siglo XIX (de hecho, esta práctica fue prohibida por Ley durante un siglo y medio, hasta 1998). En otros países, como España, se considera de mal fario brindar con agua. Finalmente, en algunos países anglosajones se brinda introduciendo una tostada en la copa, razón por la cual el brindis es conocido en inglés como toast.


FUENTE: WIKIPEDIA

FUENTE COMPLEMENTARIA: EL SUBMARINO BAJO EL GRIFO
6 jul 2012 | Por: Nacho

Vagina

Como ya hiciera en su día con la palabra pene, hoy quisiera adentrarme en la que ha sido considerada la palabra con más sinónimos (y más originales, aunque menos conocidos) en castellano. Pero antes, una pequeña introducción sobre el origen etimológico de dicha palabra:

Tal y como indica el mismo DRAE, la palabra vagina encuentra su nombre en el latín. Concretamente, pertenece a las palabras conocidas como dobletes, que son aquellos vocablos latinos que dan como resultado una palabra patrimonial (fonéticamente evolucionada) y un cultismo (apenas evolucionada) o semicultismo, normalmente con alguna relación entre ellos. Así, la palabra vaginam dio en su día el cultismo vagina, pero también la patrimonial vaina (resulta evidente la relación de forma, es decir, el parecido físico entre ambas cosas). ¿Sabría esto Fuego cuando cantaba sobre «una vaina loca que me lleva a la gloria»? Otros dobletes con una relación bastante clara serían causa-cosa, materia-madera, cálido-caldo, frígido-frío, delicado-delgado, limpio-lindo (de hecho, pulcro solía significar hermoso en la Antigüedad), regla-reja (ésta es recta como aquélla), amplio-ancho, plano-llano, directo-derecho, estricto-estrecho, torcido-tuerto, atónito-tonto, clave-llave (ambas key en inglés), dígito-dedo (pues de ambos hay diez), comparar-comprar, fábula-habla, parábola-palabra, ópera-obra o, como expliqué hace unos meses, cátedra-cadera.

Ahora sí, podemos pasar a las múltiples formas eufemísticas usadas para referirse a la vagina:

Adelante, agujero, albóndiga, alcancia, alfombra, almeja, amiga, anillo, araña, argolla, aspiradora, asunto.

Bacalao, banelco, barbona, batcueva, bicho/a, bigote, bistec peludo, bistezuda, bizcocho, boca de mono, bollo/bollicao, boquerón, borrega, bototo, breva, buchaca, buche, buraco, burra.

Cacerola, cacharpa, cachi/cachí, cachimba, cachirola, cachucha, cachufla/cachufleta, cajeta, canana, carlota, castaña, ceja, chacón, champa, chango, chape, charquito, chauchera, chepa, cherry, chichi, chicholina, chilindrina, chimba, chimuela, china, chiquita, chiquitiada, chirla, chirri, chita, chocha, chochis, chocho/chochete/chochito/chochín, cholga/cholgüeta, chonene, chonfla, chopaipa, choricuaco, chorifly, choro(pe)/chorito, chorombomba, chorongo, chucha/chuchi, chuchina/chuchuna, chula, chumino, churuca, ciega, cobacha, cocho, cochofleta, cococha, cola, coladera, comadreja, cona, concha/conchita, concho(n), conejo/a, coño/coñete/coñito, cosa/cosita/coso, coto, cotorra, cresta, creta, crica, cuca/cuquita, cucaracha, cucaraña, cuchara, cuchumena/cuchumina, cucurucho, cueva, cu(n)chi, cuscusilla.

Dona.

Ejotito, ella, empanada, espumosa, estuche.

Felpudo, fifona, filipino, (fi)filiqui, fleco, flor, fonda, fresa/fresita/frutilla, frijol.

Galleta, gata, gigina, gota, grieta, gruta.

Hachazo, higo, hocico, hoyito, hueco, húmeda.

Jamona, jaula, joyo/joyete, josefa.

Kayak, kiwi.

Labios, lapa, lola, loncha.

Mamadera, mamita, maría, marisco, marraqueta, mazapán, mejillón, metedero, micha, mico, milanesa, miona, molleja, monedero, mono, monte, moño, moñoñongo, morrocoya, mota.

Nena, nerona,  nido.

Ojo, oso, ostia/ostra.

Pacharrina, pachocha, paella, palancúa, paloma, pan/panecillo, pandorca, panocha/o, papa, papalota, papaya, papo/papito/papona, parrocha, partes, pastel, patata/patatona, payasa, pelenga, pelona, peluche, peluda, pelusa, pepa/pepe/pepita/pepitilla, perrecha, pescado/pescadería, peseta/pesetilla, pichulera, piocha, pinga, pipa/o, pipi, pirinocha, piure, pocha/pochi/pucha, pochola, poderosa, pompina, ponchita, popola, portal del amor, posa, potorro, potota, pozo, prima, primordio, pucha/puchi/puchula, pudin, (pu)pusa, pussy.

Quelite, queque, queso/quesadilla, quiebre.

Raja, rana, ratón(a), regina.

Sacapuntas, santa, sapo/sapolio, sardina, sartén, selva, semilla, señora, seta, sonrisa vertical, sucutela.

Taca, tajo, tamal(ito)/tamarindo, tarántula, taquito, tenchu, tete/titi, tona, tontón, torta, tota/toto/totete, totona, totorocha, tragasables, tragona, triángulo, trompuda, tuche, tuna, túnel, turrón.

Vagina, vaina, venusta, verija, virtud, vulva.

Yarma, yaya, yoni.

Zambo, zanja, zapato, zapi, zapón, zarigüeya, zorra(pe).

Lo que más llama la atención de la lista es la gran cantidad de diminutivos que hay, posiblemente asociado a la delicadeza femenina (mientras que un gran pene, como muestra de virilidad, llama a los aumentativos). Y de repente nos encontramos con la peculiaridad de la palabra coñazo, que en España se usa para referirse a cualquier tarea ardua, tediosa y aburrida, mientras que algo genial es la polla o cojonudo. ¿Otra muestra más del machismo en el lenguaje? Es posible, pero también podemos encontrar otra explicación si nos remontamos a la Barcelona de 1920. Por aquel entonces, la capital catalana era el centro de la industria cinematográfica española, de modo que fue allí donde el cineasta Armando Flores creó un género tan sorprendente como desconocido: el porno fantástico. Lejos de lo que pudiera parecer, el director de cine consiguió hacerse un hueco en el mundillo del cine hasta que estrenó su obra más arriesgada. El coñazo, una surrealista y aburrida película sobre dos exploradores que encontraban y se adentraban en una gigantesca vagina del espacio exterior (imagen), recibió tantas críticas negativas que Flores abandonó el cine para siempre. No obstante, de algún modo pervive en nuestra memoria cada vez que nos referimos con fastidio a algún coñazo por el que nos toca pasar, así que podría decirse que su gran fracaso lo fue sólo en parte, ¿no?

¡Gracias, Lex!